viernes, 10 de octubre de 2014

Conde de Romanones, Notas de una vida (1868-1912)

Retrato, por Vázquez Díaz
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Álvaro de Figueroa, conde de Romanones (1863-1950) es uno de los políticos más representativos de la denominada etapa de la Restauración, durante el reinado de Alfonso XIII. Perteneciente al partido Liberal, la izquierda dinástica, ocupó un gran número de puestos decisivos a lo largo de su carrera: alcalde de Madrid, presidente del Congreso y del Senado, distintos ministerios, y fue jefe de gobierno en varias ocasiones. Dejó la primera fila de la política con la dictadura del general Primo de Rivera, contra la que conspiró. Tras el restablecimiento de la legalidad constitucional formó parte del último gobierno de la monarquía. Con los resultados de las elecciones municipales de 1931, desaconsejó en la práctica la resistencia ante el comité revolucionario republicano y pactó la entrega del poder. Aunque fue elegido en las consecuentes Cortes, ya no desempeñó ningún papel político significativo a excepción de su defensa parlamentaria del rey exiliado.

Romanones ha quedado en la tan traída memoria histórica (es decir en los recuerdos un poco vaporosos de lo que una vez se leyó, que conservan los llamados creadores de opinión, tamizados por los intereses puntuales del presente) como el paradigma del político caciquil, corrupto y maniobrero, capaz de renunciar a sus principios (o a sustituirlos por otros de repuesto, como en la famosa cita). El juicio, posiblemente falso en su absolutismo descalificador, le acompañó sin embargo desde sus primeras pasos; por ejemplo, son numerosos los chascarrillos ―algunos bastantes antiguos― que se cuentan de su segunda campaña electoral, en la que se enfrentó a su hermano mayor, candidato conservador. Pero es que él mismo parece aceptarlos con cierta sorna y nos los cuenta, con un cinismo que parece querer desarmar moralmente al lector, en estos recuerdos de su vida, publicados por primera vez en 1928. Véase el siguiente ejemplo:

«Es lícito atender al interés particular de cada elector, e inútil pretender con ello engendrar la gratitud; ésta sólo dura lo que la esperanza de recibir nuevos favores. Cuando dejé la Alcaldía de Madrid, un periódico publicó el siguiente suelto: Ha presentado la dimisión el alcalde de Madrid, conde de Romanones. Mañana saldrá para Guadalajara un tren especial conduciendo a los empleados hoy cesantes de este Ayuntamiento y que por él fueron nombrados. El autor de este suelto quiso, sin duda, molestarme; fue, por lo contrario, un reclamo formidable, cuyas provechosas consecuencias duraron largo tiempo.»

En fin, un libro que desde una visión muy personal de la política y de la vida, nos ilumina numerosos rincones de esa España liberal que había alcanzado por fin una patente estabilidad, tardía pero comparable a la de los países de su entorno, también en su carácter oligárquico y corrupto. En estas condiciones la sociedad avanzó en numerosos aspectos: arrancó definitivamente la modernización de su economía, mejoró el nivel de vida, aumentaron las realizaciones culturales y al mismo tiempo la alfabetización... Pero los límites y fracasos de la Restauración condujeron también a una percepción del fracaso nacional, de la España sin pulso, sin brío, que escribió Silvela, percepción cada vez más generalizada, y a la propuesta de soluciones totalizadoras, de borrón y cuenta nueva. La sociedad mayoritaria tardará en asumir estos remedios mágicos, aunque transija con ellos mientras se refugia en la zarzuela que declina o el jazz que llega. Pero finalmente, en 1936, dos grandes minorías lograrán el triste pulso y el lamentable brío que arrojará a la sociedad española a un enfrentamiento que se quiso por todas partes definitivo.


Gobierno presidido por Romanones en 1918

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