domingo, 12 de noviembre de 2017

Herbert Spencer, El individuo contra el Estado


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Chesterton nos presentó en una de sus últimas obras a James Haggis, que «era de esos viejos progresistas que resultan más rígidos y dogmáticos que cualquier retrógrado; y, aunque teóricamente defendía un programa de austeridad y reformas, terminaba imponiendo que casi toda reforma era demasiado costosa para las exigencias de la austeridad. De esta traza su veto había desbaratado el generalizado apoyo suscitado por la admirable campaña del viejo Dr. Campbell para combatir la epidemia en los barrios pobres durante los momentos más críticos. Pero acaso sería una inferencia desmesurada colegir de sus objeciones económicas que era un demonio que disfrutaba viendo niños pobres morir de tifus (…) Por lo demás, era reconocidamente honrado en los negocios y fiel a su esposa y su familia.» (Las paradojas de míster Pond)

Mr Haggis nos recuerda al influyente victoriano Herbert Spencer (1820-1903), maestro y crítico de su tiempo en tantos saberes, habitualmente construidos a partir del liberalismo y el evolucionismo, siempre presentes, y también en sus reflexiones políticas: «Y, sin embargo, es extraño decirlo, ahora que se reconoce esta verdad (el evolucionismo de Darwin) por las personas más cultas, ahora que definitivamente han comprendido los eficaces resultados de la supervivencia de los más aptos, más que se comprendía en tiempos pasados, ahora, mucho más que nunca en la historia del mundo, ¡están haciendo todo lo que pueden para favorecer la supervivencia de los menos aptos! (…) Sí, ciertamente; su principio se deriva de la vida de los brutos , y es un principio brutal. No me persuadiréis de que los hombres deben vivir bajo la misma disciplina que los animales. No me importan sus argumentos de historia natural. Mi conciencia me enseña que se debe ayudar al débil y al desgraciado...» Pero anota a pie de página el caso de «una cierta hija del arroyo… Margaret, que fue la madre fecunda de una raza prolífica. Además de gran número de idiotas, imbéciles, borrachos, lunáticos, depauperados y prostitutas el Registro del condado cita doscientos de sus descendientes que han sido criminales. ¿Existió crueldad o bondad en permitir que se multiplicaran, generación tras generación, y que llegaran a constituir una calamidad para la sociedad?»

Hannah Arendt puso de manifiesto en Los orígenes del totalitarismo, como «Herbert Spencer, que consideraba la sociología como una parte de la biología, creía que la selección natural beneficiaba a la evolución de la humanidad y determinaría una paz perpetua. El darwinismo ofreció dos importantes conceptos para la discusión política: la lucha por la existencia, con la afirmación optimista sobre la necesaria y automática “supervivencia de los más aptos”, y las posibilidades indefinidas que parecían existir en la evolución del hombre a partir de la vida animal y que iniciaron la nueva “ciencia” de la eugenesia (…) La eugenesia prometía superar las perturbadoras incertidumbres de la supervivencia según las cuales era imposible predecir quién resultaría ser el más apto o proporcionar los medios para que las naciones llegaran a desarrollar una aptitud permanente.»

Y en lógica correspondencia, Spencer defiende el individualismo, la primacía del individuo sobre el Estado: condena lo que denomina una auténtica «superstición política», la pretensión del «derecho divino del Parlamento», heredado de los viejos reyes. Lo cual se traduce en una invasión de la privacidad de los ciudadanos a través de innumerables reglamentos que afectan todas las esferas de la vida social: asistencial, educativa, laboral... hasta la propia moralidad y usos. Con su intervencionismo, los gobiernos obstaculizan el progreso natural fruto del interés y la cooperación, ambas espontáneas, de los ciudadanos en sociedad. Muy crítico con los políticos de su tiempo, rechaza el abuso de las mayorías, su imposición sobre las minorías.

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